¿Qué pasa en un país después de una invasión estadounidense? (1-Irak)
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Publicado: 21/11/2025 06:10 PM
Con la falsa excusa de que Irak poseía armas de destrucción masiva, el 20 de marzo de 2003, EEUU, bajo la
presidencia de George W. Bush, comenzó un bombardeo en Bagdad cuyo objetivo real era tomar el control de la quinta reserva de petróleo del
mundo. Pero esta historia no comenzó ahí.
Saddam Husein
llegó al poder en 1979 y convirtió a Irak en uno de los países más
prósperos del Medio Oriente, modernizó la educación, impulsó la
industria petrolera, construyó hospitales, carreteras y escuelas cuando gran
parte del mundo árabe estaba sumido en una crisis social.
También gobernó con mano de
hierro, un comportamiento que fue apoyado por Occidente, que durante años lo
armó y lo utilizó como barrera contra Irán, hasta que dejó de servirle.
En 1990 Irak invadió Kuwait por razones asociadas a disputas
por una serie de pozos petroleros ubicados en la frontera entre los dos países
y a partir de ahí, EEUU se convirtió en su enemigo, comenzó con
sanciones, propaganda en contra del país y acusaciones de poseer armas de
destrucción masiva, lo que dio paso a la invasión.
Luego de la invasión ocurrida
en marzo de 2003, Bush la calificó como una “misión para
liberar al Pueblo iraquí y erradicar las armas de destrucción masiva”. El
gobierno de Hussein fue derrocado en 26 días. Dos años después,
el inspector jefe de armas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), David Kay, informó que nunca se encontraron arsenales de armas nucleares, químicas ni
biológicas.
Para los iraquíes, el trauma
de la violencia posterior es innegable: según el Instituto Watson de Asuntos
Internacionales y Públicos de la Universidad de Brown, se
estima que 300 mil iraquíes murieron entre 2003 y 2023, al igual que más de 8
mil militares, contratistas y civiles estadounidenses. El período estuvo
marcado por el desempleo, el desplazamiento, la violencia sectaria y el
terrorismo, sumado a años sin electricidad fiable ni otros servicios públicos.
La guerra quebró lo que había
sido un Estado unificado en el corazón del mundo árabe, creó un vacío de poder
y dejó a Irak, rico en petróleo, como una nación herida en Oriente
Medio, vulnerable a una lucha de poder entre Irán, los Estados árabes
del Golfo, EEUU, grupos terroristas y las propias sectas y partidos
rivales del país.
Lo que parecía una victoria
rápida para las fuerzas lideradas por EEUU fue ilusoria: la mayor
pérdida de vidas se produjo en los meses y años posteriores. La ocupación avivó
una tenaz resistencia guerrillera, cruentas luchas por el control del campo y
las ciudades, una prolongada guerra civil y el surgimiento del grupo Estado
Islámico, que sembró el terror más allá de Irak y Siria, por
todo Oriente Medio, África, Asia y Europa.
La larga y costosa
experiencia en Irak puso de manifiesto las limitaciones de la capacidad
estadounidense para exportar democracia pero, al menos temporalmente, moderó el
enfoque de Washington hacia sus relaciones exteriores.
En Irak, su democracia aún no
se ha definido. El conflicto latente involucra a combatientes kurdos, tropas
del ejército iraquí y unos 2.500 asesores militares estadounidenses que aún
permanecen en el país.
“Tras la caída del presidente, los
iraquíes esperaban que el cambio de su régimen autoritario condujera a un nuevo
Estado, basado en la democracia y la distribución equitativa de la riqueza”,
declaró al medio de noticias Anadolu, un académico iraquí bajo
condición de anonimato, por temor a represalias, quien añadió que “teníamos
grandes esperanzas puestas en que la administración estadounidense cumpliera
sus promesas de establecer un sistema democrático como alternativa a los 35
años de gobierno de Husein”.
Luego de dos décadas, la
realidad es que el proceso político está marcado por “la corrupción, las cuotas
sectarias y el reparto de recursos entre poderes influyentes y la mayoría de
los iraquíes viven con servicios deficientes, armas sin control y bandas del
crimen organizado”, afirmó el académico.
De la misma manera, el
periodista Wissam Al-Mulla declaró también al medio Anadolu
que “según las estadísticas del Ministerio de Planificación iraquí de
principios de 2023. La pobreza afecta al 25% de la
población total de Irak, que supera los 42 millones de personas, las
repercusiones más significativas de la invasión estadounidense son el estado de
conmoción que experimentan las calles iraquíes debido a la situación en el
país”.
Añadió Al-Mulla que “después
de 20 años, aspiramos a derrocar a la clase política gobernante y lograr un
cambio que conduzca a un sistema genuinamente democrático similar a los de los
países civilizados del mundo”.
Irak es la
quinta reserva petrolera del mundo y a pesar de su vasta riqueza y los
importantes ingresos que obtiene de las exportaciones de crudo, el país
enfrenta dificultades para satisfacer las necesidades energéticas básicas de su
población. La grave escasez de suministro de energía ha dejado a muchos hogares
con apenas unas horas de electricidad al día y sin acceso a agua potable.
Hoy, luego de veinte años de
la guerra, la promesa de ser un país próspero y democrático aún no se ha
materializado. El legado de la guerra liderada por EEUU se ha
caracterizado por la inestabilidad política, la violencia sectaria, corrupción
y la incapacidad para establecer un gobierno sostenible y responsable.
Todavía no se ha logrado
establecer un sistema transparente y responsable, dejando al Pueblo iraquí en
una lucha permanente por reconstruirse y establecer una democracia funcional.
La falta de seguridad y estabilidad
política no solo devastó la economía, la infraestructura y el tejido social del
país, sino que también impidió que Irak atrajera inversiones extranjeras
significativas, condenando a sus ciudadanos a una guerra silenciosa sostenida
que impide el desarrollo normal de la vida diaria.
AMELYREN BASABE/REDACCIÓN MAZO