Manipulación de las masas, otra forma de opresión
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Publicado: 10/10/2025 05:00 PM
Cuando nos hacemos preguntas como: ¿Por qué no se detiene el genocidio en Palestina? ¿Por qué no se condenan a los pederastas?, ¿Por
qué se permite la persecución a migrantes?, ¿Por qué se victimiza a extremistas como Charlie
Kirk?, y trayéndolo a nuestro contexto: ¿Por qué se asegura que en Venezuela
existe un Cartel de narcotráfico? ¿Por qué se dice que el chavismo ha
asesinado a personas opositoras? O ¿Por qué se culpa al chavismo de la
migración de venezolanos? Pues, tienen todas estas preguntas, la misma
respuesta: Manipulación de la información para tergiversar la razón, a tal
punto, que se condena que un venezolano diga que no quiere guerra en su país.
Y esto no es opinión, es
ciencia. El fenómeno de la manipulación de masas no es un concepto nuevo en la
historia de la humanidad. Históricamente, para mantener el control social,
garantizar su poder y dirigir el comportamiento de las personas hacia sus
intereses, los líderes políticos y religiosos han buscado maneras de
influir en la opinión pública.
Pensadores expertos en
psiquiatría, psicoanálisis y neurología como Gustave Le Bon, Freud
y Lacan, consideraron a los encargados de mantener tranquilas a las
masas, como generadores de ilusiones y distorsiones del pensamiento por el
predominio en ellos de la emocionalidad y la impulsividad. Luego, a partir de
las experiencias de trabajo del doctor en medicina, Wilfred Bion con
grupos de psicoanalistas, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, se cambió
dicha comprensión: Las emociones generadas por los grupos pueden ser fuente de
distorsión del pensamiento, pero también pueden estimularlo, generar nuevos
pensamientos y cambiar la perspectiva de la realidad.
Debido a que como especie
estamos condenados a vivir en grupos y en sociedad, tenemos que aprender a
obtener lo mejor de esta realidad sin dejar que se distorsionen nuestros
ideales y pensamientos; situación difícil cuando la cultura postmoderna y las
técnicas de publicidad desarrolladas desde hace más de un siglo están diseñadas
precisamente para manipular los deseos e ideales de los ciudadanos con fines
económicos y políticos.
El estudio de la manipulación de masas tiene sus raíces en la psicología social, donde se han identificado los principios que explican cómo el comportamiento individual se ve afectado por la dinámica de los grupos. Uno de los primeros teóricos en abordar este fenómeno fue Gustave Le Bon, en su obra La psicología de las masas (1895), y argumentó que “los individuos, al formar parte de una multitud, tienden a suprimir su individualidad y son más susceptibles a la sugestión y la imitación, lo que los hace proclives a comportarse de manera más emocional e irracional. Estas ideas han sido fundamentales en la comprensión de cómo las autoridades y los medios de comunicación pueden manipular a grandes grupos, utilizando técnicas como el reforzamiento positivo o negativo”.
También el pensador,
filósofo, lingüista y sociólogo más importante de la era moderna, Noam
Chomsky, en una entrevista explicó que “la manipulación de masas también se
basa en principios psicológicos como el comportamiento colectivo, donde los
individuos pierden su capacidad crítica al sentirse parte de un grupo más
grande, y este comportamiento se vuelve especialmente visible cuando se
utilizan emociones como el miedo o la ira para influir en la toma de decisiones”.
Añadió Chomsky que “por
ejemplo, después de los ataques del 11 de septiembre en 2001, el miedo al
terrorismo fue utilizado para implementar leyes como la Ley Patriota en
EEUU, que limitaba las libertades civiles en nombre de la seguridad
nacional. La técnica del miedo ha sido especialmente eficaz para promover la
vigilancia masiva y otras medidas autoritarias. Además, la manipulación de
masas también se apoya en el uso de estereotipos y prejuicios, reforzados a
través de la repetición de imágenes y discursos que perpetúan visiones
simplificadas de grupos sociales”.
Según Chomsky, otro de
los pilares en la manipulación de masas es la estrategia de la distracción, que
consiste en “desviar la atención del público de temas relevantes mediante la
saturación de información irrelevante o el énfasis en el entretenimiento. Esta
táctica ha sido ampliamente empleada en los medios modernos, especialmente en
tiempos de crisis o conflicto. Por ejemplo, durante las guerras en Oriente
Medio, los medios estadounidenses enfocan gran parte de su cobertura en
escándalos menores o en celebridades, desviando la atención de las decisiones
políticas críticas que se estaban tomando en ese momento”.
El reforzamiento de mensajes
simplificados y la polarización son también estrategias comunes. Según el criterio del analista político francés, Sylvain Timsit, descrito en su ensayo llamado Estrategias
de la manipulación (2002) planteó que “los medios, a
menudo, presentan los hechos de manera superficial, sin profundizar en las
causas o consecuencias reales, reduciendo así la capacidad crítica del público.
Esto es evidente en cómo se reportan los conflictos geopolíticos o las crisis
internas, donde se suele reducir la complejidad de los eventos a narrativas en
blanco y negro, con buenos y malos claramente definidos”.
Sin embargo, lo que distingue
a la manipulación contemporánea es el grado de perfección alcanzado,
especialmente con el auge de los medios de comunicación modernos, la tecnología
y las redes sociales. La capacidad de moldear opiniones, generar consensos o
crear divisiones a gran escala ha alcanzado niveles sin precedentes,
particularmente debido a la masificación de la información y a la concentración
de los medios en manos de unas pocas corporaciones globales.
En la actualidad, el control
de masas, potenciado por los algoritmos y la manipulación mediática, juegan un
papel fundamental en cómo las personas consumen información y, por ende, en la
configuración de sus percepciones. La polarización política y la desinformación
han sido amplificadas a través de estos canales, lo que ha generado
consecuencias tangibles para la estabilidad social y política a nivel global.
Además, la manipulación a
través de redes sociales también se basa en la explotación de las emociones
negativas. Los estudios en neurociencia han demostrado que el cerebro humano
está predispuesto a prestar más atención a estímulos negativos o amenazantes,
un fenómeno conocido como “sesgo de negatividad”. Las plataformas digitales
explotan este sesgo al priorizar contenido que genera indignación, miedo, ira y emociones que aumentan la probabilidad de que los usuarios compartan el
contenido, amplificando así su difusión.
Sin embargo, la creciente
conciencia de estos métodos y la disponibilidad de información alternativa a
través de internet, ofrecen una oportunidad única para resistir su influencia.
La clave radica en mantener una actitud crítica y buscar siempre la verdad más allá de las narrativas dominantes.
Combatir estos fenómenos
requiere una combinación de educación, pensamiento crítico y acceso a fuentes diversas de información. Solo a través de un esfuerzo concertado por fomentar
una ciudadanía más crítica y consciente será posible resistir las tácticas de
manipulación que buscan erosionar la confianza en las instituciones y dividir a
la sociedad.
AMELYREN BASABE/REDACCIÓN MAZO