El secuestro de niños como política de guerra estadounidense: Los campos de concentración de japoneses

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"Disparen a quien intente huir": la orden que tenían los soldados custodios de Manzanar
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Publicado: 18/07/2025 08:50 PM

La separación de familias es una forma de agresión y propaganda fascista que utiliza EEUU para socavar la dignidad de los países que no se someten a su política, usando además una narrativa apoyada por los medios de comunicación para que las personas que son objeto de estos actos, se consideren inferiores al resto del mundo.

El secuestro de niños ha sido una política de guerra recurrente usada por EEUU. Para sustentar esta afirmación, traemos el caso ocurrido con los ciudadanos japoneses, cuando en diciembre de 1941, la armada imperial del Japón atacó la base naval que EEUU tenía en Pearl Harbor como parte de una estrategia para proteger su expansión en Asia, neutralizar la interferencia de EEUU y asegurar el acceso a recursos naturales clave en el sudeste asiático.

En una investigación realizada por el periodista J. M. Sadurní, especialista en actualidad histórica sobre la Segunda Guerra Mundial, detalló que “tras el ataque, todo lo relacionado con Japón impactó profundamente a la sociedad estadounidense. Ante esto, por cuestiones raciales, todos los ciudadanos norteamericanos de origen japonés fueron arrestados y deportados a campos de internamiento a lo largo de la toda la geografía de EEUU entre los años 1942 y 1948”.

En la investigación, Sadurní explicó que “el 8 de diciembre de 1941, el día después del ataque, y coincidiendo con la declaración de hostilidades pronunciada por el entonces presidente Franklin Delano Roosevelt, las autoridades decretaron las primeras medidas en contra de los ciudadanos japoneses: Se emitió un Edicto Presidencial cuyo contenido segregaba a los ciudadanos de origen japonés, alemán o italiano del resto de la población autóctona. Las palabras del presidente no dejaban lugar a dudas: Todos los ciudadanos, moradores o sujetos de Japón, Alemania e Italia mayores de 14 años que estén en Estados Unidos y no posean la nacionalidad, podrán ser apresados, retenidos, encerrados o expulsados como extranjeros enemigos. Aquel decreto desencadenó un torrente de odio racial que afectó a una ciudadanía muy impactada por el ataque japonés a la base naval de Pearl Harbor. Un ejemplo de ello son las declaraciones del gobernador de Idaho para la época, Chase Clark: Los 'japos' viven como ratas, se crían como ratas y actúan como ratas. Aquí no los queremos”.

A estas muestras de odio se sumaron actos concretos, más allá del decreto; Sadurní comentó sobre la retirada de productos fabricados en Japón y la tala de 3.000 cerezos sakura que los ciudadanos de Tokio habían donado a la ciudad de Washington en 1912,  miembros de la Policía Federal y del Ejército estadounidense obligaron a todos los ciudadanos japoneses a registrarse siguiendo unos cánones raciales de segregación y las autoridades aceptaron esas acciones alegando razones de "seguridad nacional".

 

La orden 9066

Luego de dos meses del ataque japonés, el 12 de febrero de 1942, el Gobierno de EEUU aprobó la Orden 9066, según la cual todos los inmigrantes japoneses y la primera generación de estos nacidos en Norteamérica serían deportados a unos campos de internamiento que se dividirían en tres categorías:

  • Campos de reunión bajo responsabilidad del ejército estadounidense, donde se agruparía a los prisioneros de manera provisional para a continuación ser trasladados a otro destino.
  • Campos de reubicación bajo el control de la Autoridad de Reubicación de Guerra, donde vivirían los deportados.
  • Centros de detención bajo la dirección del Servicio de Inmigración en los que recluiría a los japoneses no nacionalizados, incluyendo también algunos alemanes e italianos.

Sobre esta orden, comentó Sadurní que “sólo afectó a los residentes de California, Arizona, Oregón, Washington y Alaska, pero no a los de otros estados como las islas Hawái; debido a que la comunidad japonesa era el motor económico de la región y detener a este colectivo hubiera significado colapsar la maquinaria financiera de todo el archipiélago".

Luego de unos años se supo, a través de unos documentos revelados que, para la concreción de la Orden 9066, los campos de reubicación para americano-japoneses fueron un total de diez: Manzanar, Tule Lake, Poston, Gila River, Topaz, Minidoka, Granada, Heart Mountain, Rohwer y Jerome. Los presos considerados potencialmente peligrosos fueron trasladados a otros campos ubicados en Arizona y Moab, en el estado de Utah. Aproximadamente fueron un total de 113.605 los ciudadanos japoneses deportados durante la Guerra del Pacífico.

 

Las fotos de la vergüenza

Manzanar era uno de los campos más conocidos. Este, a diferencia de otros levantados en terrenos pantanosos, estaba situado en un terreno de la Sierra Nevada de California. Era un lugar terriblemente duro, con temperaturas extremas todo el año, en invierno el termómetro no subía de los cero grados y en verano no bajaba de los cincuenta. La mitad de la población allí recluida eran mujeres, un cuarto estaba formada por niños en edad escolar, también había bebés y ancianos que apenas podían valerse por sí mismos.

Jeanne Wakatsuki Houston, una mujer que vivió en el campo de Manzanar cuando era niña, cuenta que "los internos con formación profesional encontraron trabajo en los campos por medio de la Agencia de Reubicación de Guerra (WRA), y ganaban una fracción mínima del salario que ganaba un civil blanco empleado.

Como una mutación del concepto de esclavitud, los internos tenían permiso para trabajar fuera del campo, sobre todo como mano de obra agrícola. Algunos de ellos lo hacían bajo vigilancia armada, mientras otros contaban con cierta autonomía. Sin embargo, todos debían llevar carnéts que les identificaran como prisioneros del campo".

También, el fotógrafo profesional, llamado Toyo Miyatake, documentó Manzanar en secreto consiguiendo introducir una lente y un soporte en su interior para, posteriormente, y con la ayuda de un carpintero, construir el resto de la cámara. Miyatake fue descubierto y su cámara confiscada, pero el director del campo le permitió seguir tomando fotos. Gracias a ello, el fotógrafo pudo tomar unas 1.500 instantáneas, que documentaron la vida en el campo, durante sus más de tres años en reclusión.

 

Separación familiar

"Disparen a quien intente huir". Esa fue la orden que recibieron los soldados cuando registraron algunos incidentes en los campos debido a las malas condiciones de vida imperantes. Allí, la tensión, la sospecha y la desesperación eran la norma. El caso más grave fue un motín que tuvo lugar en el campo de Manzanar, donde las tropas norteamericanas abrieron fuego contra los internos matando a 135 personas. A pesar de esto, y a medida que la guerra iba avanzando, el Gobierno permitió que algunos de los internos se alistaran al ejército previa firma de un documento de lealtad. En el campo de Manzanar se alistaron 174 hombres.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, el 2 de septiembre de 1945, cuando los internos fueron liberados, tan sólo quedaban familias rotas y en la ruina económica debido a la pérdida de numerosos negocios y de tierras; ese fue el precio que tuvieron que pagar estas personas por sus tres años de encierro.

Como compensación por las pérdidas, las autoridades tan sólo entregaron a los reclusos 25 dólares y un billete de tren. Muchos no pudieron retomar su vida anterior: sin medios para subsistir y sin empleo, tuvieron que alojarse en refugios, albergues o viviendas de protección oficial en ciudades alejadas de su hogar, donde continuaron enfrentándose a actitudes racistas durante años. Fue hasta 1988, durante la presidencia de Ronald Reagan, la Casa Blanca emitió un comunicado oficial de disculpa a los estadounidenses de origen japonés.

“Nos marcaron la vida para siempre por venganza y, 40 años después, recibimos una disculpa”, así lo resumió Rick Noguchi, jefe de operaciones del Museo Nacional Japonés-Americano, ubicado en el barrio Little Tokio en Los Ángeles, que alberga una detallada exposición permanente sobre el internamiento forzado de familias de sangre japonesa durante los años 40; esa es la historia de las guerras estadounidenses, que además de bombas, misiles y balas, destruyen las familias que trabajan y mueven su economía. Vergonzosamente, esta política fascista no es historia, no ha quedado atrás.

 

AMELYREN BASABE/REDACCIÓN MAZO

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